04 noviembre, 2012

Cambio de vida

Vivimos tiempos en los que la carrera por el “desarrollo” y el “progreso”, la competitividad, la empleabilidad y la imperiosa necesidad de “producir” y consumir  más y más rápido cambiaron lo que una vez fueron llamadas profesiones por lo que ahora se conocen como carreras. Esto es, lo que una vez estuvo vinculado a la vocación, al servicio y a un propósito de vida, hoy ha quedado reducido a una interminable, desenfrenada e inútil carrera de ratas por un laberinto que no conduce a ningún lado.
La carrera de ratas o rat-race se ha usado para describir la situación laboral que nos ha impuesto el modelo neoliberal: largas jornadas de trabajo en ambientes tensos y demandantes, tiempo excesivo en los viajes de traslado para el trabajo (que deja aún menos tiempo para pasarlo con la familia y/o con los amigos), salarios bajos o escandalosamente bajos,  poca o nula seguridad social, etc., y, sin embargo, ilusos e inocentes, no cejamos en tan pésima carrera.
Pero, claro, no todos.
En este espacio quiero compartir la historia de un amigo muy querido quien trabajaba como director creativo en una de las agencias de publicidad más prestigiadas en México, ganaba un buen sueldo y era considerado por muchos como un hombre “exitoso”. Sin embargo, había llegado a un punto en el que, por un lado,  hacerle creer a la gente que necesitaba comprar determinados productos para llegar o, por lo menos, acercarse a esa felicidad tan publicitada, le producía náuseas; por otro lado, se dio cuenta de que el hecho de ser el creador de las campañas más populares, no lo excluía de esa carrera aspiracional, es decir, de esa loca competencia por adquirir cada vez más cosas, más nuevas, más caras y más exclusivas. Resuelto a cambiar su vida, cortó de raíz sus vínculos con el mundo al que pertenecía: renunció a su trabajo y deshaciéndose de todas sus pertenencias, se fue a vivir con su bella esposa y sus tres pequeños hijos a un pueblo pesquero en la costa de Oaxaca, México; la casa a la que llegaron era más una choza que otra cosa y él dejó de ser el ejecutivo exitoso para convertirse en un pescador.
Fue pescador algún tiempo, el suficiente como para aprender otra forma de vivir.
Cuando yo lo conocí ya había dejado Oaxaca y vivía en Morelos, estaba en el proceso de ir adquiriendo sólo lo que en verdad necesitaba que, he de decir, no fue mucho.
Su historia, su búsqueda por una vida más sencilla y espiritual, me ha maravillado siempre; ha sido un ejemplo y un referente de que otra vida es posible, una vida verdadera.

Change of life

We live times in which the race for "development" and "progress", competitiveness, employability, and the urgent need to "produce" and consume more and  more change what once were called professions into what now we know as careers. That is, what once was linked to vocation, service, and to a purpose in life, has been reduced today to an endless, frantic and futile rat-race through a maze that leads nowhere.
The term rat-race has been used to describe the labor situation that has been imposed by neoliberalism: long shifts in tense and demanding environments, excessive time spent commuting (which leaves even less time for family life and/or friends), low or scandalously low wages, little or no social security, etc., and yet, deluded and innocent, we keep going on such a lousy career.
But not everyone, of course.
In this space I share the story of a dear friend who worked as a creative director in one of the most prestigious advertising companies in Mexico City; he had a good salary and was considered by many to be a "successful" man. However, he had reached a point in which, on one hand, making people believe that they needed to buy certain products in order to reach or, at least, approach  a quite advertised happiness made him nauseous; on the other hand, he realized that being the author of the most popular campaigns didn’t exclude him from that aspirational race, that is, that crazy competition to acquire more and more stuff, newer, more expensive and more exclusive. Determined to change his life, he cut off his ties, from the roots, to the world where he belonged: he quit his job and got rid of all his belongings; he went to live with his beautiful wife and their three small children to a fishing village on the coast of Oaxaca, Mexico.  Their house was more a hut than anything else and he stopped being the successful executive to become a fisherman.
He was a fisherman for some time, the time needed to learn another way of living.
When I met him he had left Oaxaca and was living in Morelos; he was in the process of acquiring only what he really needed, which, I must say, wasn’t much.
His story, his quest for a simpler and spiritual life, has always amazed me; he has been an example and a reference that another life, a true life, is possible.